LOS INVASORES DE CUERPOS
Jorge Martín
—Yace desparramado en la sala, con los pies sucios apoyados en una banqueta, asiente o niega con el dedo gordo sin moverse. Más allá de la enorme panza, una mano repta buscando el control remoto y la otra se estira hacia una fuente de papas fritas. Fuera de la vista, afortunadamente, queda el pozo negro y maloliente, la boca, desde donde traga sin pausa y emite simultáneamente mensajes en lenguajes incomprensibles. Pasa horas sin moverse del sillón floreado que compre de recién casada, destilando un sudor pestilente. Estoy segura que ese monstruo se tragó a mi verdadero esposo. ¿No hay ninguna institución del gobierno que saque ese monstruo de mi casa y experimente con él en algún otro sitio? Pensará que estoy loca, pero estoy segura de que es un alienígena.
—No crea, no es la primera denuncia que recibimos.
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