INFAMIA
Olga A. de Linares
Cada vez que termina un escrito, alguien, mirando por encima de su hombro, o leyendo entre displicente y pesaroso sus palabras, comenta: “Esto ya fue dicho”, “es un tema muy trillado”, “me hace recordar la novela —o el cuento— tal”, mientras deja caer una larga sucesión de títulos que él jamás ha leído y autores que nunca conoció.
Un día, harto, tira la lapicera, rompe el teclado de la PC, busca a la Musa traicionera, y le pega cuatro tiros. Siempre supo que tenía un pasado, y no es eso lo que no ha podido perdonarle. Lo que lo ha vuelto loco es que la muy pérfida le haya dicho a él las mismas cosas que a todos los otros, haciéndole creer siempre que eran solo para sus oídos. Y que, gracias a su estúpida credulidad, se lo considere un miserable plagiario más.
Un día, harto, tira la lapicera, rompe el teclado de la PC, busca a la Musa traicionera, y le pega cuatro tiros. Siempre supo que tenía un pasado, y no es eso lo que no ha podido perdonarle. Lo que lo ha vuelto loco es que la muy pérfida le haya dicho a él las mismas cosas que a todos los otros, haciéndole creer siempre que eran solo para sus oídos. Y que, gracias a su estúpida credulidad, se lo considere un miserable plagiario más.
Ilustración: Salvador Dalí
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