SOMOS YO
Alejandro Bentivoglio
Sherlock Holmes golpeó la puerta. Un hombre pequeño y mal vestido lo hizo pasar a él y a sus dos acompañantes, Watson y Lestrade. Cuando los tres estuvieron en un viejo salón en desuso, fue Holmes el primero en hablar.
—Usted me invitó —dijo—. Seguramente para exponernos su macabro plan.
—Así es —dijo el hombre sin inmutarse—. Están aquí para contemplar cómo cometo un crimen tan perfecto que ni usted podrá resolverlo.
Todos permanecieron en silencio, estudiándose unos a otros. La batalla mental entre aquellos hombres prometía extenderse durante horas. Pero Lestrade, impaciente, sacó su revólver y disparó sobre Holmes y sobre el hombre.
—Alguien tenía que silenciar a esos pedantes —aprobó Watson.
El doctor no lo sabía, pero debajo de las facciones de Lestrade se escondía Holmes, maquillado hábilmente.
Lestrade no lo sabía, pero debajo de la de Watson, también.
—Usted me invitó —dijo—. Seguramente para exponernos su macabro plan.
—Así es —dijo el hombre sin inmutarse—. Están aquí para contemplar cómo cometo un crimen tan perfecto que ni usted podrá resolverlo.
Todos permanecieron en silencio, estudiándose unos a otros. La batalla mental entre aquellos hombres prometía extenderse durante horas. Pero Lestrade, impaciente, sacó su revólver y disparó sobre Holmes y sobre el hombre.
—Alguien tenía que silenciar a esos pedantes —aprobó Watson.
El doctor no lo sabía, pero debajo de las facciones de Lestrade se escondía Holmes, maquillado hábilmente.
Lestrade no lo sabía, pero debajo de la de Watson, también.
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