JORGE Y EL DRAGÓN
Jorge Martín
—Prepárate a morir, malvado, no volverás a comer doncellas.
—¿Doncellas? Dudo que lo sean, y no es que me interese —dijo el dragón con aire distendido—. No como personas... excepto una que gritaba sin parar, a la que le pegué un mordisco, pero la escupí enseguida. Las otras se escaparon y no volvieron a sus casa.
—Entonces recuperaré el oro que robaste.
—¿El oro? Lo uso de colchón. Llévate lo que quieras, aunque te veo más bien enclenque para tanta carga.
—Te demostraré la destreza de mi espada
—Si quieres recibirte de valiente búscate otra cueva —replico el dragón, aburrido—. Vamos, siéntate, acordemos una historia donde me matas y sellas la cueva. Yo duermo siestas de milenios mientras te haces un nombre. Lo del fuego obviémoslo: gases que se inflaman por una chispa no son precisamente un asunto de etiqueta.
—¿Doncellas? Dudo que lo sean, y no es que me interese —dijo el dragón con aire distendido—. No como personas... excepto una que gritaba sin parar, a la que le pegué un mordisco, pero la escupí enseguida. Las otras se escaparon y no volvieron a sus casa.
—Entonces recuperaré el oro que robaste.
—¿El oro? Lo uso de colchón. Llévate lo que quieras, aunque te veo más bien enclenque para tanta carga.
—Te demostraré la destreza de mi espada
—Si quieres recibirte de valiente búscate otra cueva —replico el dragón, aburrido—. Vamos, siéntate, acordemos una historia donde me matas y sellas la cueva. Yo duermo siestas de milenios mientras te haces un nombre. Lo del fuego obviémoslo: gases que se inflaman por una chispa no son precisamente un asunto de etiqueta.
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