miércoles, 22 de octubre de 2008

La herencia - María del Pilar Jorge


Cuando murió la anciana no hubo expresiones de tristeza, sólo la calificaron de “tacaña” y “miserable”.
Mientras la familia discutía por sus magros bienes, Susana se apoderó de la llave del desván. Siempre había sospechado que era allí donde la abuela ocultaba sus riquezas.
Con esfuerzo, abrió la puerta. Para su desilusión, sólo halló una marmita, un revoltijo de libros, cuadernos y una innumerable cantidad de frascos que parecían estar vacíos. Abrió uno, y el olor rancio que salió del interior la impulsó a tirarlo, ignorando la gastada etiqueta en la que aún podía leerse: “tratar con cuidado”.
Esa noche, durmió presa de una gran desazón.
Al día siguiente, se levantó torpemente. Fue al baño e intentado despejarse, se mojó la cara.
Fue entonces cuando las vio reflejadas en el espejo. Criaturas amorfas, vestidas con la ropa de sus parientes, recorrían la casa.

Ilustración: Salvador Dalí

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