La impía dureza del mercado forzó a buscar otras alternativas para reavivar los buenos valores cristianos. No sirvió de nada dotar con músculos de inspiración austriaca a Jesús, y el incómodo parecido de Sansón con un famoso terrorista de Medio Oriente obligó a retirar al muñeco de las estanterías. Las perfectas proporciones de Esther perdieron frente a las medidas imposibles de Barbie y el cortesano encanto de las Princesas Disney. Los chicos siguieron prefiriendo al Hombre Araña, no a Moisés. Un éxito moderado tuvieron David y Goliat; pero pronto se descubrió que los pequeños pintaban de verde al filisteo y machacaban hasta la extinción al israelita.
El broche final fue el barbudo que apareció gritando “dejen de comerciar con lo que pertenece a mi padre”. ¡Orate! No había dudas sobre los derechos en juego y nadie, en toda la congregación, lo conocía.
Ilustración: Salvador Dalí
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