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En el sueño, yo viajaba a una localidad distante, el único lugar en el que se proyectaba Los hijos de Abraham, un filme maldito e inconcluso de Orson Welles o alguien por el estilo, una rara joya nunca antes vista. Los personajes de la película salían a recibirme y se mezclaban con los del sueño; todos juntos trataban de convencerme de que el rodaje nunca iba a terminar si yo no aceptaba el rol protagónico. Me pareció una desmesura, algo ridículo, puesto que no soy actor, pero me gustó que me adularan, me gustó ser el centro de atracción de la fiesta. Acepté la oferta y no volví a despertar.
Ilustración: Salvador Dalí
1 comentario:
Buenísimo. Y muy ilustrativo sobre los peligros de dejarse seducir por halagos...Mejor abrir bien los ojos.
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