Jugar juegos estaba bien, pero algunos eran peligrosos. El mago lo sabía ahora, siempre había tenido la sospecha de que sus actos lo eran, la confianza era su arma más potente y a la vez su peor enemiga.
La práctica hacía al maestro.
La práctica.
Sentado en relajación miraba esos ojos marrones como si fuese la primera vez, los estudiaba buscando la chispa adecuada.
La vio.
Dejó que de sus labios saliesen las palabras mágicas.
–Duérmete –dijo en un susurro.
Captó los labios frente a él abrirse apenas y decir una palabra también.
–Duérmete –escuchó.
Solo tenía un poco de conciencia, la suficiente para decirse que usar el espejo había sido una mala idea.
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