Consultó a todos sus conocidos. Se desplazó hasta encontrar un buen médico especialista, pero nada. Aquel rumor constante, aquella comidilla de voces estridentes y silbantes, no cesaba.
Acudió entonces a un centro de belleza en donde, al menos, pudiera sentirse bien consigo misma. Se sentó en el asiento que le ofrecieron y se dejó hacer.
Todo hubiera ido mejor de no ser por el perseverante cuchicheo que llegaba a sus oídos. Creía que el revuelo y la algarabía despertada eran injustificados.
Cuando por fin salió de allí, tuvo que realizar muchos esfuerzos para calmar las protestas que había provocado aquella vanidosa acción.
Qué difícil es para una Medusa conseguir de las serpientes, que coronan su cabeza, un sentimiento de solidaridad ante la necesidad de sentirse más atractiva.
Acudió entonces a un centro de belleza en donde, al menos, pudiera sentirse bien consigo misma. Se sentó en el asiento que le ofrecieron y se dejó hacer.
Todo hubiera ido mejor de no ser por el perseverante cuchicheo que llegaba a sus oídos. Creía que el revuelo y la algarabía despertada eran injustificados.
Cuando por fin salió de allí, tuvo que realizar muchos esfuerzos para calmar las protestas que había provocado aquella vanidosa acción.
Qué difícil es para una Medusa conseguir de las serpientes, que coronan su cabeza, un sentimiento de solidaridad ante la necesidad de sentirse más atractiva.
Imagen: Wild Horses
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