El nuevo Intendente sabía que muchas calles tenían nombres de delincuentes con éxito y de diversa laya. Decidido a cambiarles el nombre, optó por bautizarlas con el nombre de un poeta, un escritor o un artista que hubiese vivido en ellas. Mantuvo ese proyecto tan en secreto que ni su esposa lo conocía. En breve encontró que ningún artista había vivido en ellas y, peor, que los ciudadanos consideraban a esos delincuentes generales victoriosos, políticos avezados, hasta artistas, pues no faltaba quien hubiese narrado sus propias supuestas hazañas en versos o acuarelas. En su noche más triste, escribió varios sonetos, una nota de suicidio explicándole a su gente la decisión tomada y se tragó una bala de doce gramos a cuatrocientos metros por segundo. Desde luego, la nota nunca se dio a conocer. Hoy su nombre decora una calle que bordea el fétido arroyo del basural.
3 comentarios:
Sabia decisión... la suya, de escribir esta historia.
Nada más que la descripción de la realidad...Y nada menos.Encima con la habitual maestría de don Héctor.
Para que más.
Gracias, ambos!
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