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Se levantó confundido. Fue al baño y ahí comprendió que no podría dormir en toda la noche. Se vistió, fue a su escritorio y puso música. Eligió Mahler. El gato, amante de Mahler, se le subió a la falda y él lo acarició distraído. Tenía en la mano la taza de café, había dejado un libro a medio leer. En el Vals distorsionado tomó nota de cada paso posible de los bailarines para una nueva coreografía futura, cuando se dio cuenta, en medio de un fugaz estremecimiento, de que su gato había muerto hace años. Entonces se desvaneció en la música, otra vez, casi bailando.
3 comentarios:
Muy bueno.Felicitaciones, Héctor.
Maravillosamente logrado Héctor
Gracias mil, María, Patricia.
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