martes, 10 de mayo de 2011

El oficio de tatuar - Sebastian Chilano


No te va a doler, me dice el hombre. Grito cuando la aguja toca la piel, pero el hombre sigue. La aguja traspasa la piel, se mete entre los músculos, llega a la sangre, va al corazón, al cerebro, a los ojos. Veo el infierno. Todos los muertos quieren hablarme. Todos ruegan que los libere. Entonces veo al Diablo. Me veo en sus ojos. Me ataca. Me quema la piel. Pero no me mata. Lentamente me curo y me convierto en el hombre que un día sale de la oficina, deja el maletín sobre la mesa, ojea el libro de tatuajes y se sienta para dejarse marcar, para recordar quién fue y así saber quién es. Viste que no duele, me dice el hombre, Si hasta te quedaste dormido. Me da el espejo para que mire el nigromante tatuado en mi espalda. Es horrible. Es, también, quién realmente soy.

1 comentario:

chely dijo...

Ay, que significativo!
Dicen por ahí que la persona va en busca de un tatuaje como una revelación e indentificación personal.Un sello, una marca que lo hace único.
Me gusto el relato, pues algo de eso tiene.