Caminan rápido, aunque les duelan los pies dentro de las viejas botas. En un montículo junto a un claro del bosque paran y distribuyen a los prisioneros en fila. Primero los colocan de espaldas, como si no quisieran mirarles, pero cuando están todos dispuestos uno ríe y dice: «no, mejor daros la vuelta, quiero veros bien», y trabajosamente, porque tienen los ojos vendados, se giran.
Entonces se colocan ellos, uno enfrente de cada uno, apuntando, y dan la consigna: «uno, dos, tres, ¡fuego!». Caen los cuerpos sobre la piedra.
El más alto se acerca y tocando a uno con el pie le dice: «Juanito, siempre te tiras antes de oír fuego, te toca prisionero otra vez».
Entonces se colocan ellos, uno enfrente de cada uno, apuntando, y dan la consigna: «uno, dos, tres, ¡fuego!». Caen los cuerpos sobre la piedra.
El más alto se acerca y tocando a uno con el pie le dice: «Juanito, siempre te tiras antes de oír fuego, te toca prisionero otra vez».
2 comentarios:
genial, muy buen final, inesperado...
Enhorabuena por la publicación/difusión aquí. El relato ya sabes que me parece estupendo.
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