Después de siglos de impedirlo, debieron aceptar que era la única manera lógica de conservar dos cosas: algo de su presencia y el lugar donde, después de todo, todos vivían. Así, todo el pueblo se puso a sotavento, los municipales pusieron todo lo que había que procesar en una inmensa pira y quemaron todos los muertos del cementerio. Ya estaba agigantándose. Para conservar algo de los muertos con ellos, todos respiraron ese día el humo de la hoguera.
Sobre el autor: Héctor Ranea
2 comentarios:
Un verdadero acto de amor.
;)
Publicar un comentario