Soy el falso dios de los falsos profetas, clamaba Lorenzo Zarathustra. Después de tres años de vivir como ermitaño, volvía al mundo con la iluminación perfecta, la más pura sensación de ser el numen de una religión más falsa que todas las otras. Sólo en la mayor falsedad, una religión puede desarrollar su mejor potencia, sentenciaba a cada paso a quien quisiera oírlo. Pero como había caído en un pueblo de ateos, nadie se sorprendió de tanto vituperio; es más, algunos reían francamente ante la afirmación del sabio como se ríe de una serie de proposiciones triviales. Para el Profeta fue demasiado desprecio y se suicidó aplastándose la cabeza contra un muro de piedra que aún conserva la sangre seca del desgraciado.
Obra: El profeta Isaías de Michelangelo Buonarroti
Acerca de Héctor Ranea
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1 comentario:
¿Y los ateos se burlaban de su condición de falso o bastaba con su condición de profeta?
Si no te conociera no me animaría a decirte: fuerte, muy fuerte...
Besito.
Ceci.
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