El Caballo Ardiente regala su lengua a doncellas y brujas. Entrega su savia aunque se sequen sus vetas y vaga sin rumbo buscando el sueño. Pero el mundo gira y la arena cae desorbitando sus ojos. (Aún recuerdo la ternura de su cuello).
No pretendas cabalgarlo al verlo pasar, detén su marcha descarriada. No mires sólo el pétalo de su piel o la luna de su cadera o el mármol de sus muslos. Mira la sal en sus mejillas, el grito en sus pupilas y el azul en su alma.
Limpia la sangre de su camino, llévalo a descansar entre las amapolas, dale de beber con tus manos el agua pura del olvido, ante de que deje de ver las estrellas.
No pretendas cabalgarlo al verlo pasar, detén su marcha descarriada. No mires sólo el pétalo de su piel o la luna de su cadera o el mármol de sus muslos. Mira la sal en sus mejillas, el grito en sus pupilas y el azul en su alma.
Limpia la sangre de su camino, llévalo a descansar entre las amapolas, dale de beber con tus manos el agua pura del olvido, ante de que deje de ver las estrellas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario