sábado, 13 de septiembre de 2008

Limbo - Jorge Martín


LIMBO
Jorge Martín

Sabíamos que no se podía ir unos metros más allá de donde terminaba la estación. La delgada franja de la ruta se perdía nítida en el horizonte, el resto era niebla. No había sol, sólo una luz difusa. Cada día, habían decidido que fuera a la tarde, un ómnibus llegaba y subían algunos de los que esperaban; había que estar en la lista. Mi llegada a la estación había sido como la de todos, citados sin saber por quién ni para qué. Aunque cruzábamos palabras nunca tocábamos el tema. Sentados en la sala de espera, en la barra del bar o caminando sin propósito por las instalaciones allí esperábamos que nos llamaran. Cada tanto un par de guardias se llevaba alguno que se negaba a embarcar. Mirábamos inmóviles y silenciosos en nuestros lugares como arrastraban al sujeto y desaparecían detrás de una puerta sin designación.

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