EL ENTE
Olga A. de Linares
Cuando lo vio, recién nacido, no le dio mayor importancia. Pequeño, enclenque, miserable, no le pareció peligroso para nadie. Y menos aún para él. Era apenas uno más de los tantos, casi siempre huérfanos, con los que tropezaba a diario, y que no llegaban nunca a nada. Ocupado en sus propios asuntos, no prestó demasiada atención a su crecimiento aunque, a veces, la incómoda sensación de que se fortalecía y desarrollaba más allá de lo conveniente empezó a rondarlo. Pronto descubrió que, en ocasiones, era él quien lo controlaba. Y por fin comprendió que no debió subestimarlo, ni dejarlo desarrollarse hasta este punto.
Ahora, enfrentado al monstruo iracundo y sombrío, al deseo de muerte que se agazapa en sus garras, al veneno que destila su boca, sabe que ese odio sin destino terminará devorándolo.
Ahora, enfrentado al monstruo iracundo y sombrío, al deseo de muerte que se agazapa en sus garras, al veneno que destila su boca, sabe que ese odio sin destino terminará devorándolo.
Ilustración: M.C.Escher (Early work 1916-1922)
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