NINGÚN PUEBLO LLEVA SU NOMBRE
Olga A. de Linares
Aún orgulloso por el ahorro en balas —a todos esos perros puede sacárselos del medio a puro degüello— va el prusiano por el desierto... que sólo les parece tal al coronel y sus mandantes: un territorio a desbrozar de alimañas para poder entregarlo a la cultura. La propia, desde luego. Avanza hacia Las Vizcacheras prometiéndose otro triunfo. No calcula que el destino pueda tener otros planes. O que tome la forma despreciada de esos salvajes inmundos. Y así llegarán las boleadoras, la caída, la mano que, igual que la suya, ahorrará balas, cerrando con el filo hambriento de su arma las correrías de Rauch, el mercenario, el sanguinario, el todavía homenajeado. Ningún pueblo lleva el nombre del justiciero, algunos lo ponen en duda: ¿Arbolito? ¿Nicasio?; muy pocos lo recuerdan.
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