domingo, 10 de octubre de 2010

De trampas – José Luis Vasconcelos


La humedad pestilente sobre sus labios abolió ese sueño de siglos. Pudo mirar a quien había roto su encantamiento, pero no: esfinge se mantuvo.
Piel y oídos eran ojos. Las aves cantaban y sobre su nariz un aliento asqueroso, inaguantable. Manos ávidas palparon sus piernas, pero una temblorina incrementó su desconfianza. Sostuvo la postura pétrea.
Cuando Bella intuyó que estaba sola, abrió los ojos: rió como posesa, aún oyó los sollozos del viejo corcovado, cuya silueta se fundía con la niebla.

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