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Un día me cayó una oreja, pude enmascarar el asunto con el uso de un sombrero. Al siguiente, fue el dedo anular el que se desprendió de mi mano derecha y al otro, el pulgar de mi izquierda. Tuve que ponerme guantes en pleno agosto. Cuando perdí la nariz, aquello fue más dificultoso. Al principio pensé que sufría de lepra, pero mi psiquiatra me dijo que tenía el ego poco afianzado.
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