Y ni qué decir, que si hay que elegir entre masculinidades, atraco con los chicharrones. Crocantes, irremediablemente sebosos, calientes y deliciosos. A cualquier hora, pero preferiblemente al desayuno, después de una noche larga.
Seductores varoniles, los chicharrones, casi siempre indigestos después, pero entretanto qué buenos.
Publicado en "Come, éste es mi cuerpo", Buenos Aires, Ediciones Último Reino, 1997.
Tomado de: Ficción Mínima
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