A la luz de la Luna llena, vio un murciégalo, luego otro. Pasaron varias veces. No sabría decir cómo podía asegurar que eran los mismos. Tal vez le gustaría que fueran los mismos.
Estaban comiendo. Era evidente. Escuchaba los chasquidos complejos que usaban para comunicarse entre ellos desde lejos. Luego, silencio. Él sabía que durante la cacería usaban sólo sonidos inaudibles.
Al poco rato, los quirópteros eran más de una docena. Obvio que había más comida y la estaban aprovechando. De hecho, a su lado empezaron a revolotear mariposas suculentas, moscas insólitas, escarabajos livianos y jugosos. Miles de otros murciélagos vinieron de varios lugares a comer. Pronto, los comensales no fueron sólo murciélagos. Se animaron los búhos, las lechuzas y otros aprovecharon el banquete. De pronto, todos desaparecieron, comida y predadores. Como si nada de aquello hubiera existido, quedaron las mariposas habituales. Ahora podría comérselas él.
Estaban comiendo. Era evidente. Escuchaba los chasquidos complejos que usaban para comunicarse entre ellos desde lejos. Luego, silencio. Él sabía que durante la cacería usaban sólo sonidos inaudibles.
Al poco rato, los quirópteros eran más de una docena. Obvio que había más comida y la estaban aprovechando. De hecho, a su lado empezaron a revolotear mariposas suculentas, moscas insólitas, escarabajos livianos y jugosos. Miles de otros murciélagos vinieron de varios lugares a comer. Pronto, los comensales no fueron sólo murciélagos. Se animaron los búhos, las lechuzas y otros aprovecharon el banquete. De pronto, todos desaparecieron, comida y predadores. Como si nada de aquello hubiera existido, quedaron las mariposas habituales. Ahora podría comérselas él.
Héctor Ranea
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