Cuando la pecosa y yo nos encontramos en aquel callejón, me enseñó una; y le pedí, mejor, casi le imploré, que al menos me dejara tocarla.
Y accedió…
—¿Puedo darle una chupadita?
Su “NO” fue rotundo.
Y, riéndose, se echó a correr, dejándome sin probar un poquito de aquella piruleta de fresa que tanto me gustaban. Tenía para aquel entonces catorce años y fue, definitivamente, mi primera decepción con el sexo opuesto.
Y accedió…
—¿Puedo darle una chupadita?
Su “NO” fue rotundo.
Y, riéndose, se echó a correr, dejándome sin probar un poquito de aquella piruleta de fresa que tanto me gustaban. Tenía para aquel entonces catorce años y fue, definitivamente, mi primera decepción con el sexo opuesto.
Tomado del blog SIN TON CON SON
Acerca del autor:
Héctor Luis Rivero López
3 comentarios:
¡Una joya en formato químicamente impuro! ¡Chapó!
¡Me encantó Héctor!
Saludos!
Candidez y elegancia.
Bonito cuento.
Un saludo, Héctor.
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