Me sentí raro al comienzo. La tenía, por fin la tenía, sin escape posible. Era todo lo mía que puede ser una imagen. Al menos la había vinculado a mí a través de una maraña de comandos, cada uno extremadamente complejo, que hacía virtualmente imposible que se escapara de mí. La Venus de Velázquez era prácticamente mía.
En una versión de altísima resolución, en la que podía acercarme a su espalda tanto como quisiera y ver la piel, acariciarla con toda mi pasión, desearla con toda mi furia, había caído en la trampa informática y era ineluctablemente mía. Sólo mía. Nadie más podría bajarla del sitio del Museo y ponerla en su Museo virtual. Encadenada, sólo podría ser mía.
Ella se dio cuenta de mis requiebros de amor. Se dio vuelta. Sólo su cara alcancé a ver. El resto de su cuerpo era un vacío horrendo. Fue su venganza.
Las imágenes
Héctor Ranea
3 comentarios:
Impresionante don Héctor! impresionante...
¡Gracias, El Titán!
Ogui, aunque ya lo he hecho en otros lugares, no voy a dejar de darle aquí mi enhorabuena por la serie.
Para los que amamos arte y literatura, es toda una gozada.
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