Me desperté inesperadamente contento. No porque viera mejor el tiempo o porque estuviera limpio de pensamientos negativos sino porque sí. Tenía esa sensación de plenitud que obliga a desperezarse y sonreír. Una sensación parecida a la felicidad, eso era. Muy contento.
Tampoco podía ver para afuera porque era vivir dentro de mi propia existencia. Existía y eso, extrañamente, me hacía feliz. Feliz en extremo, si recuerdo que para mí sonreír era impensable no más allá de ayer.
Me di cuenta de que este dulce despertar me abrió el apetito así que caminé buscando algo para comer.
El primer tipo que cacé casi no opuso resistencia. Supongo que no me distinguió. Lo devoré algo velozmente para poder llegar al cerebro. Esto de ser un zombi mutante me daba la ventaja de poder comer todo el humano y esto era, creo, la clave de la felicidad de mi no vida.
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