Empezaba de un modo silencioso, apenas un cosquilleo en el cuello, menos que un soplo. O un mechón de pelo que se salía de lugar.
Lo percibía, y estaba perdida. Su caminar se hacía desparejo, el corazón se aceleraba un poco. Se detenía a mirar por el rabillo del ojo, a espiar, como si alguien la estuviera siguiendo. O mejor dicho, para asegurarse que nadie conocido la observaba.
Entraba a una tienda, así, vigilando. Sacaba de las perchas una o dos cosas, siempre que nadie se acercara a atenderla: tenía que ser a solas. A escondidas.
Casi nunca probaba nada.
Pagaba y salía apuradísima.
Volvía corriendo a su casa a guardar todo para que nadie lo viera…
Y así gastó montañas de pesos, para tapar un agujero vergonzoso que, de todos modos, seguía torturándola con su presencia.
3 comentarios:
Una maravilla, y yo sin enterarme.
Muy bueno
Gladis
gracias, gracias...
gracias...
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