LAS AVES DE ESTÍNFALO
José Luis Zárate
—Ahí están. Ahí — dijo, señalando claramente la nada.
Habló de las siluetas negras usurpando la noche.
Hércules procuró darle agua. Era tal la fiebre que juraría que iba a arder de un momento a otro.
El héroe salió a la calle, donde el delirio y la muerte campeaban.
Reunió a los enfermos en una casa. Quemó los mil cadáveres.
Miró el cielo limpio de aves. La parvada asesina sólo volaba en la fiebre de los enfermos, en sus balbuceos incoherentes.
A veces con rostro humano, a veces gigantescas siluetas, sombras afiladas, picos hambrientos, en ocasiones hermosas mujeres con pies de águila.
¿Qué golpear, qué derribar, qué destruir para acabar con la enfermedad?
Vencedor de mil hazañas era inútil ahí.
Con una mueca comprendió que si había algún sobreviviente juraría que el héroe lo salvó de las aves de Estínfalo.
Fotografía: J.V.Ortuño
Habló de las siluetas negras usurpando la noche.
Hércules procuró darle agua. Era tal la fiebre que juraría que iba a arder de un momento a otro.
El héroe salió a la calle, donde el delirio y la muerte campeaban.
Reunió a los enfermos en una casa. Quemó los mil cadáveres.
Miró el cielo limpio de aves. La parvada asesina sólo volaba en la fiebre de los enfermos, en sus balbuceos incoherentes.
A veces con rostro humano, a veces gigantescas siluetas, sombras afiladas, picos hambrientos, en ocasiones hermosas mujeres con pies de águila.
¿Qué golpear, qué derribar, qué destruir para acabar con la enfermedad?
Vencedor de mil hazañas era inútil ahí.
Con una mueca comprendió que si había algún sobreviviente juraría que el héroe lo salvó de las aves de Estínfalo.
Fotografía: J.V.Ortuño
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