El Gran Regente bramaba su furia: el obsoleto androide se había escapado durante de la noche. Pero las patrullas regresaron, una tras otra. Cuando los vientos fuertes jugaban con el manto blanco de arena, envolviendo, arrastrando, empujando, nadie se atrevía a cruzar el desierto de Urr. Sólo quedaba refugiarse en Ciudad Subterránea.
En sus habitaciones, Chi y Riu parloteaban inquietas, Jor permanecía estático, sentado en su estera.
—¿Estás bien, Jor? —preguntó Riu, tragándose una lágrima.
—Medito —murmuró Jor, casi adormilado.
—Txlisky meditaba —recordó su hermana.
Con los ojos cerrados, asintió. No lograba ver, su mente era sólo una niebla profunda. Respirar, relajarse, es difícil cuando se pierde un amigo.
Luego, poco a poco, intuyó imágenes tenues: el perfil de las Rocas Grises y una pequeña figura metálica que comenzó a crecer, cada vez más nítida y clara.
Jor sonrió.
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