martes, 2 de septiembre de 2008

Leyendas de Argirón - María del Pilar Jorge


La memoria del androide era como un manto blanco, tan blanco y árido como el desierto de Urr. Lo habían hecho por su bien, eso le habían dicho. Razones políticas.
Txlisky entró al ascensor y subió al observatorio. Sólo le quedaba eso: la compulsión por ver la galaxia.
Abrió la puerta, aún conservaba esa habilidad, junto con los conocimientos de las ciencias físicas. Son las únicas importantes para un androide mentor.
Manipuló el telescopio con precisión. Mientras contemplaba el cinturón de asteroides, una descarga nerviosa recorrió su cerebro. Recordó.
Regresó cantando. No usó el ascensor, bajó casi a los saltos las escaleras.
—Txlisky, cuéntanos un cuento —La cantinela de todas las noches, esta vez no le molestó.
Sonrió complacido y comenzó:
“Hace más de 2.000 ciclos, en una galaxia lejana, había un planeta azul, el tercero, que se llamaba Tierra…”

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