UTOPÍA DE LA BAILARINA
Pablo Dobrinin
Había pasado semanas ensayando. El anfiteatro se veía repleto y todos los ojos estaban puestos en ella. Cuando llegó su momento, alzó el mentón, corrió entre el resto de sus compañeros, y extendiendo grácilmente los brazos y las piernas, pegó el salto.
Mientras iba en el aire, pensó en las incontables horas que había destinado a practicar ese paso, a estudiar ballet en la academia, y a alimentar la ilusión que tenía desde niña. Quizás por eso recordó también a su abuela, ya fallecida, que desde el principio la había alentado a ser una gran artista. La volvió a ver, con su cabello blanco, su barriga, su sonrisa y sus brazos abiertos, esperándola tras el portoncito de madera.
Los espectadores tuvieron que levantarse de sus asientos, para poder seguir viendo a aquella joven que volaba en la cálida noche de Montevideo.
Ilustración: Salvador Dalí
Mientras iba en el aire, pensó en las incontables horas que había destinado a practicar ese paso, a estudiar ballet en la academia, y a alimentar la ilusión que tenía desde niña. Quizás por eso recordó también a su abuela, ya fallecida, que desde el principio la había alentado a ser una gran artista. La volvió a ver, con su cabello blanco, su barriga, su sonrisa y sus brazos abiertos, esperándola tras el portoncito de madera.
Los espectadores tuvieron que levantarse de sus asientos, para poder seguir viendo a aquella joven que volaba en la cálida noche de Montevideo.
Ilustración: Salvador Dalí
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