ENCARNACIÓN
Roberto Ortiz
Me acordé de él cuando vi Stalker. Creo que se llamaba Leina o Leinand, no lo recuerdo, pero sí que era un nombre arrancado de una canción. Este Leinand, pongámoslo así, a pesar de su lucidez, hablaba con tanta efusividad de un lugar donde los sueños se hacen realidad que llegué a creerle. Lo vi una sola vez, cuando yo estaba enfrascado en un acontecimiento doloroso. Lo asesiné apenas vislumbré una luz. Por largo tiempo no dejé de pensar en él. Deambulé como Pedro en Comala buscando un porqué. Error; él y su panacea eran inventos míos y mi búsqueda: de autoafirmación; y reproche por no haberle dado un final feliz. Lo mismo debió sucederle a Tarkovski, su stalker no es más que un cristo perdido que al final, en la puerta misma de la salvación, teme y deja de ser dios para convertirse en hombre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario