Los muchachos encontraron la quilla de un barco de pesca. Tenía el color rojo del orín y la textura de una momia venerable. La desenterraron para venderla al Museo Naval que regenteaba un pescador retirado. Cuando se la acercaron, el viejo murmuró algo y de mal modo quiso que la dejaran en el patio y se fueran pronto. Les pagó y se marcharon. Por la noche, el viejo la llevó al borde de la escollera y la tiró al mar. Estaba cansado de que la quilla del barco que perdió cuando estrenaba su brevet de capitán de pescadores, se le apareciera cada dos por tres.
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