SEGUNDO MANDAMIENTO
Roberto Ortiz
Una silueta corre hacia la luz.
El último grito de la mujer que acaba de morir, lo ha arrastrado hasta ella.
La llovizna golpea los tejados y la luna, la hermosa luna, reverbera el cuchillo que cuelga del pecho. Alguien ha dejado la puerta abierta, por el perfume y las flores no ha sido cualquiera. Una ráfaga traspasa la habitación, levantando pétalos y la foto de un hombre mientras el intruso persigue, equivocadamente, el falso aroma.
Ha dejado de llover. En los trozos de carta, que yacen por todos lados, la difunta se dirige a Diana, dice que lo siente, que no la ama, sino al hombre, y jura por los mil demonios que no lo dejará. El desconocido alza la cola y maúlla: el olor a gata ha llegado convertida en hilachas de sexo. Por lo demás, es la época de celo.
El último grito de la mujer que acaba de morir, lo ha arrastrado hasta ella.
La llovizna golpea los tejados y la luna, la hermosa luna, reverbera el cuchillo que cuelga del pecho. Alguien ha dejado la puerta abierta, por el perfume y las flores no ha sido cualquiera. Una ráfaga traspasa la habitación, levantando pétalos y la foto de un hombre mientras el intruso persigue, equivocadamente, el falso aroma.
Ha dejado de llover. En los trozos de carta, que yacen por todos lados, la difunta se dirige a Diana, dice que lo siente, que no la ama, sino al hombre, y jura por los mil demonios que no lo dejará. El desconocido alza la cola y maúlla: el olor a gata ha llegado convertida en hilachas de sexo. Por lo demás, es la época de celo.
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