Abrió con parsimonia la conserva de duraznos a pesar del apetito voraz que lo dominaba. Al doblar la lámina redonda de hojalata, vio un ojo que lo observaba fijamente, con una insolente expresión de curiosidad. El primer impulso fue arrojar lejos el tarro, pero muy a tiempo el ojo parpadeó con coquetería. Se contuvo y quedó mirándolo, hechizado. Era un ojo bello, glauco, límpido, dócil, dulce. Se enamoró de él. Imaginó que pertenecía a una admirable princesa víctima de alguna bruja. Arrancó uno de sus ojos e insertó el hallazgo en la cuenca vacía; dejó de sangrar por milagro. Vio el mundo de una manera distinta. Devoró los duraznos y tiró a la basura la lata. Abrió otra. Allí estaba el ojo, esperando.
Tomado de: http://diegomunozvalenzuela.blogspot.com/
4 comentarios:
Magnífico!
Quem sabe no pote de morangos encontrasse uma boca que contasse histórias e poemas!
Un relato redondo, intrigante, que entra por los ojos y te devora. Felicidades.
Impresiona, y a la vez deja abierta la la puerta (la lata) para varias interpretaciones.
Disculpe mi intromición, pero... ¿la princesa tiene hoy en la cara un durazno en lugar del ojo?
Solo esa duda me planteo.
Dudoso... Manco Cretino
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