Era bien sabido que cada noche el Conde de Furanji conocía una nueva amante. Su belleza, su dinero y su poder eran razones suficientes para que las mujeres se derritieran en sus sábanas. Lo curioso era que cuando la pasión ardía en la habitación del Conde, su piano, sin intérprete alguno, empezaba a evocar solo una melodía que encendía el calor de los amantes. Las teclas se tocaban de manera independiente y, aunque nadie ejecutaba las notas, los sonidos estaban cargados de una enorme melancolía, de una pasión incontenible, de una tristeza particular. Solitario, el piano trataba de atraer una pareja con su música, como buscando el amor que le sobraba a su dueño.
Tomado de: http://estebandublin.blogspot.com/
2 comentarios:
Precioso y evocador relato.
Gracias, Javi.
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