En la cama había una camisa blanca; en el piso, un pantalón a cuadros; en la mesa, unos bóxers a rayas y así el resto de mi ropa arrojada al azar por la habitación. Era una rubia preciosa, perfecta. Cada grito suyo me enloquecía, me alborotaba. Cada movimiento me subía la temperatura y tenía la medida exacta para que me sobrara el sudor. Justo cuando estaba a punto de llegar, entró mi madre. Desde ese día, sólo me deja alquilar películas infantiles.
Tomado de: http://estebandublin.blogspot.com
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