ASIMILADO
Olga A. de Linares
Aquel lobo había tomado todos los recaudos para que las ovejas no sospecharan de él.
Aprendió a balar sin acento, a fingir que amaba la ensalada de tréboles, a llevar con elegancia su lanudo disfraz.
La manada, demasiado hambrienta para semejante ejercicio de paciencia, bajó una noche hasta los corrales.
Él, por su mayor tamaño, les pareció la presa más conveniente.
Confiado en hacerlos cambiar de opinión, intentó revelarles su verdadera identidad.
Pero había pasado demasiado tiempo vestido con la piel de oveja, y sacársela le resultó imposible.
Y sus familiares, sordos a la desesperación de los balidos (perfectamente modulados, sin duda), echaron a perder su cuidadosa campaña de infiltración.
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