TRAICIÓN
Damián cés
El filo atravesó el cuello sin sangrarlo. Las manos, inútilmente, quisieron sujetar el rostro, en un vano intento para que lo mirase.
—¿Por qué?, si yo te amaba —gritó, sin ser escuchado.
Bastó que ella riera, lujuriosa, y tocara a su amante, para que el etéreo esposo se esfumara.
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