OTRO MÁS
Eduardo M. Laens Aguiar
Una avalancha de infortunados exigía su lugar en la historia, algunos más a fuerza de insistencia que de capacidad. Era lo usual, el promedio siempre buscaba reemplazar la calidad con bolsas rebosantes.
Pero Ismael, el contador de historias, sabía que para algunos menesteres sólo servía un intento; el mejor. Confiaba en que sus historias eran todas balas de plata, pero las repasó pensando con frialdad cual sería mejor ponderada a ojos del comité evaluador.
Entonces eligió el cuento del que cuenta, seguro del éxito de la empatía.
Cuando perdió, insultó a la nueva literatura, siempre culpable de no reconocer los verdaderos talentos.
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