Después de quitar el mármol que sobraba alrededor de la Desesperación y del Pensamiento, Rodin esculpió a Eva y se enamoró de ella. Antes, había deseado a Danaide pero luego descubrió a Eva en la piedra. La abrazó, la acarició y la amó con pasión.
Era arisca pero Rodin se repetía: no hay infidelidad en la belleza sino en los ojos de quien la mira. Y la metió a su cama.
Al día siguiente, el artista estaba inmóvil con los ojos fijos en el vacío.
Eva se levantó, exhausta de su primera noche de vida y, a paso lento, salió de los aposentos y se refugió en lo que quiso llamar, el Paraíso Terrenal.
Sobre la autora: Adriana Alarco de Zadra
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