SORARIO
Liliana Savoia
El crudo aroma de la tinta fresca me trae a la memoria a Sorario, una ciudad de papel. Un caleidoscopio de letras, frases y metáforas. Un laberinto de páginas delicadamente resistentes. La alcaldesa del lugar vestía de luto de pies a cabeza, con un semblante de viuda joven que conmovía. Para llegar a ella había que atravesar una serpenteante muralla de libros. Cientos, miles de libros rescatados daban forma a las atalayas de Sorario, donde vigilantes, los ciudadanos rotaban por turno para custodiarla de posibles invasores.
Siempre estaban alerta de que pudieran volver los oscuros señores azulados. Esos, que cabalgaban caballos verdes, y cantaban himnos del Norte, porque siempre estaban ávidos de fogatas y de desapariciones
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