EL CASTAÑO
Aleida Galmiche
Trepé al castaño y observé sin pestañear. Aurora se desnudaba; se asumió sola, ignoraba mi irrupción. Al otro día, como siempre, la vi en la escuela, indiferente e ignorante de mi nuevo conocimiento sobre ella. Llegó la tarde y el castaño me guiñó de nuevo, viejo compañero de juegos que ahora me enseñaba los primeros signos del alfabeto erótico. Aurora no apareció, la casa muda y oscura añoraba su presencia, yo también. Aurora no volvió a mostrarse a mis importunos ojos. El lunes en la escuela supe que murió, tratando de verme por la ventana, trepada en nuestro castaño.
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