SILENCIOSAMENTE
Olga A. de Linares
Años acostumbrándose al silencio, a bajar los ojos, a hacer todo como él quiere.
Años. Una vez se fue, él la trajo de vuelta. A golpes. Desde entonces, nunca más. Porque sabe que va a encontrarla siempre. ¡Perro!
Y está cansada. Harta de tener miedo, de temblar cada vez que se le acerca, de adivinar cuándo llegará el próximo puñetazo, la patada, el sopapo casi ritual.
Así que una noche, mientras él duerme la borrachera, ella, silenciosamente, se levanta y se viste.
Luego va a la cocina y, silenciosamente, abre las llaves del gas.
Silenciosamente, sale de la casa.
Respira hondo el aire callado de la noche y, silenciosamente, enfila para la estación.
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