No le importó sentir cómo las piernas se hinchaban ni la frecuencia con que le dolían las articulaciones; tampoco se fijó en el dorso manchado de sus manos ni en la piel, cada vez más arrugada y seca. Le tuvo sin cuidado saber que el vestido le quedaba holgado, que los zapatos se habían vuelto muy incómodos y que la vista comenzaba a fallarle. Lo único que la hizo reconsiderar su decisión fue cuando la cuadrilla de obreros quiso llevarse el banco en el que estaba sentada, arguyendo que ningún tren volvería a pasar por aquellas vías. Ese día, Penélope comprendió que era inútil continuar la espera y se marchó a casa con la intención de reorganizar sus prioridades.
Tomado de: http://deesquinasyrincones.blogspot.com/
1 comentario:
Me llegó hondo. Las esperas eternas son algo muy serio, hay personas que dejan pasar su vida sin que llegue ese tren. Hermosa historia.
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