ABUELO
Patricia Gloria Oyola
Caminaba presurosa por las calles de Montserrat, una fría noche de junio. Doblé por una calle angosta y mal iluminada. Bajo un farol bamboleante, leí la dirección de mi destino en el papel mal escrito. Al llegar, crucé un portón de altas rejas.
Un aroma de glicinas, me recibió. Un anciano, estaba sentado en la oscuridad de la angosta galería.
—¿Abuelo? —le pregunte, acercándome.
Una sonrisa suave e irónica surgió de sus labios.
—No, m’hijita… soy Borges —me contesto.
Mientras tanto María Kodama, con kimono de seda floreado, le servía el té y la Rubia Mireya y Juan Muraña jugaban a las cartas en la sala de tapices orientales.
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