EL CONSTRUCTIVISTA
Roberto Ortiz
Era curioso verlo caminar. Con cada paso inauguraba un nuevo paisaje desechando el anterior. Con su andar fabricaba estructuras que se levantaban como castillos de naipes. Hasta el tiempo cambiaba de color. Decir que su punto cartesiano dinamizaba el mundo es rebajar sus bemoles a simples pentagramas. Largas hileras urbanistas a lo Le Corbusier o Tatlín o Exter o Rifus o Exandómero saludaban su presencia. Así pasaba aquel hombre, arrastrando sus lumbreras, rengueando, enarbolando el estetismo en la ciudad decadente.
Y de no haber sido porque alguien gritó a sus espaldas: ¡Hey, ciego!, el mundo seguiría construyéndose. El cuentista miró hacia arriba y creyó ver un guiño de complicidad.
Era la luz amarilla.
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