ETHON
Raquel Froilán García
También el dolor puede convertirse en una rutina. El dios, que estuvo encadenado a la roca, lo sabe; por eso se escapa. Mató al águila. Se la comió.
Prometeo toca la abultada cicatriz. Un fantasma del viejo dolor que empeora sin cesar mientras huye. Palpita y crece como un tumor. Su hígado, que alimentó a un monstruo, ignora que ya son libres y todavía crece. No para de crecer. Presiona sus entrañas, rebosa de icor. Duele.
Ya no puede andar, su vientre descomunal es como un lastre. Tendido en el desierto, alza la vista.
Echa de menos al águila.
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