Jorge Luis Borges corría entre las dunas de un lluvioso desierto. Se intuía perseguido por un alfil, pero no lograba recordar las leyes del ajedrez, si alguna vez las había conocido. Soñaba con finales perdidos, y temía despertarse convertido en un monstruoso insecto de muchas patas, ridículamente pequeñas, tumbado sobre su espalda dura. En el sueño él no se llamaba Borges, sino Gregorio Samsa. No tengo salida, refunfuñó; era una situación kafkiana, sin lugar a dudas. Decidió seguir corriendo y confiar en el Azar.
3 comentarios:
Quisiera suponer que no es una historia autobiográfica.
Si es así, arriba ese ánimo,los alfiles coorren en diagonal, pero no pueden pasar por encima de otras piezas, que seguramente te van a proteger, Y ya volverás a ganar otras partidas.
Además quiero que sépas que no todos te consideran un insecto.
No sé de ajedrez, pero sí que me gustó mucho el kafkiano resultado de esta junta...
Me imagino al autor, con visión privilegiada del tablero, gritándole:
—¡Quedate en las dunas blancas!
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