De pronto, para Piedrabuena todo fue tempestad, mar blanco, vendaval y frío. Su naufragio hubiera sido final de no ser por un marino que llevó la nave a salvo. El capitán preguntó su nombre a los sobrevivientes, al notar que estuvo ausente la noche posterior al desastre. Sólo uno pudo decir, no sin temor, que nadie le conocía, que apareció de repente y que alcanzó a entender sólo un nombre que salió de labios del aparecido y creyó que era el suyo: Moby Dick.
Héctor Ranea
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